6/5/18

Jorge Luis Borges: Huyendo del paraíso [Sobre el matrimonio y el divorcio]








Un tiempo antes de que sea aprobada la Ley de Divorcio, tenemos con Borges este diálogo en el que habla de su propia experiencia matrimonial y de la controvertida ley.

—Yo estuve casado cerca de tres años y mi experiencia en el matrimonio no fue demasiado feliz —me comenta—. Una mañana, con la ayuda de Norman Thomas di Giovanni, el traductor, me fui de mi casa. No soportaba más a Elsa, mi mujer. El matrimonio es lindo los primeros quince días; después empieza la declinación, y al cabo de un año puede convertirse en una condena insoportable.

—Volviendo a Wilde —interrumpo—, él decía que en el matrimonio las mujeres buscan su felicidad y los hombres pierden la suya.

—Bueno, la separación le enseña a uno que nunca más debe contraer matrimonio —sentencia Borges—. El matrimonio, también como decía Wilde, arruina al hombre como el alcohol y el tabaco. Sólo se diferencia en que cuesta mucho más caro.

—Sí. También, decía que sólo hay una cosa más horrenda que el matrimonio sin amor. El matrimonio con amor —completo con una sonrisa.

—Ah, yo recuerdo otra frase muy graciosa de Wilde: «Ella no me debe querer tanto ya que se casó conmigo» —agrega Borges muerto de risa—. Y otra: «El matrimonio es el único tema sobre el cual todas las mujeres están de acuerdo y todos los hombres en desacuerdo». ¡Qué graciosas e inapelablemente ciertas son esas frases que inventó Wilde!, ¿no?

—Esperemos que ésta no sea otra broma de Wilde… ¿Sabe que se está por aprobar la Ley de Divorcio? —le informo.

—Oí hablar de eso. Yo creo que el divorcio debe existir, porque eso de que el matrimonio es para toda la vida me parece un disparate; si un matrimonio no se lleva bien, creo que lo más juicioso es separarse.

—Sin embargo, hay sectores que se oponen…

—La Iglesia católica, sin duda —anticipa Borges—. El hecho de que no se admita el divorcio me parece injustificable. En Europa, en Estados Unidos y yo creo que en todos los países civilizados existe. Es una cosa de sentido común, algo beneficioso para ambas partes. Muchas veces el único modo de que haya buenas relaciones entre dos personas que han estado casadas y ya no se llevan bien es divorciándose.

—Sí. Y muchas veces hace posible que se vuelvan a hablar.

—Bueno, una amiga mía, la escritora María Luisa Bombal, se casó con el pintor Jorge Larco, y el matrimonio no funcionó.

—Yo la conocí en Chile a María Luisa, una excelente persona…

—Y a Larco, ¿usted lo conoció a Larco?

—No. Conozco su obra. A él no lo conocí.

—También una excelente persona. Era amigo de mi madre… Bueno, ellos estuvieron casados, tuvieron una discusión, al parecer bastante seria, se lo contaron a amigos comunes; éstos trataron de reconciliarlos, pero no fue posible. María Luisa me dijo: «El matrimonio es como un buen vino; cuando está a punto produce un gran placer beberlo. Si se pica es intomable». Yo creo que tenía razón, y como eran personas inteligentes se separaron de muy buena manera y tuvieron después una excelente relación. En mi caso no puedo hablar de esa suerte; yo no quise verla nunca más, y el hecho de ser ciego en este caso me favoreció, ya que podía pasar por su lado y no enterarme.



Texto y foto en: Alifano, Roberto; El humor de Borges (1995)


5/5/18

Jorge Luis Borges: Boletín de una noche toda*







Atrasado el chambergo hacia la nuca a lo trasnochador, para que [en] la frente haya brisa, vengo de la calle despacio. Abro, calza bien el candado su cadenita, vuelve a vincularse al portón, la casa interrumpe hasta mañana sus esperanzas. Ya la casa está segura contra la noche. Me demoro algún instante en el patio (bajo cielo casero, cielo sobre baldosas) viendo el otro cielo de enfrente con estrellerío cuyo nombre ignoro como él. Aspiro noche, en asueto serenísimo de pensar. Entro y hay otro pasador: la casa está en vísperas de un secreto. Arriba, cada persona es soledad en su cuarto aislado y algún deseo de buenas noches es repartido como aliento para una empresa. Me desnudo. Soy (un instante) esa bestia vergonzosa, furtiva, ya inhumana y como estrañada de sí que es un ser desnudo. (Furtivo es propio de ladrón: desnudos y de resbaladizo aceite untados iban los ladrones chinos sobre las tejas.) Doy vuelta el conmutador. Me apuro: a la cama, me dejo en ella como para morir. Casi me escamotea la oscuridad. La oscuridad es incomprensible por mi entender; pavorosa, a mi sentimiento. Nadie ha pensado la oscuridad. En oscuridad soy oscuro (me digo) y no pasa de labios adentro la frase. Soy hombre palpable (me digo) pero de piel negra, esqueleto negro, encías negras, sangre negra que fluye por íntima carne negra, imposible para la ternura, hombros negros. En oscuridad soy oscuro... (me digo) y si lo realizara, sería cosa de enloquecerme. Hombre que se vuelve bulto de oscuridad en un santiamén y yace en lecho renegrido, entre sábanas retintas como bayetas... y respira bocanadas de aire negro como de sótano y verifica oscuridad con ojos que empujándola, indagan noche ¿quién lo realiza? Peor que un leproso, soy. A mi alrededor la casa se va de la vida, despacio... De la ciudad sólo queda una campanada, que imagino alta. Así voy entrando en mi nadería como ya entré en mi sombra. Tal vez no soy intrínseca luz e intrínseco pensar, sino sombra interior y muerte interior. ¡Ah! pero yo creeré siempre (cuando el dolor físico no me anonade) que mi entraña no es de tiniebla, es de luz... El Tiempo —maquinaria incansable— sigue funcionando, o quizá fluyendo de mí. Soy limosnero de recuerdos un rato ¿largo, breve? que los relojes no gobiernan y que se ancha casi en eternidad. Después, voy despojándome de mi nombre, de mi pasado, de mi conjetural porvenir. Soy cualquier otro. Ya me dejó la visión, luego el escuchar, el soñar, el tacto. Soy casi nadie: soy como las plantas (negras de oscuridad en negro jardín) que no despertará el pleno día. Pero no en día, sino en tenebrosidad soy yacente. Soy tullido, ciego, desaforado, terrible en mi cotidiano desaparecer. Soy nadie. 


Texto manuscrito de un cuaderno de notas que Borges entregó 
al profesor Donald A. Yates. Mediados de 1924 a 1926.122

* Citado en Monegal, 1987, pág. 252

122 El profesor Donald A. Yates, en un artículo titulado "Behind Borges and I", publicado en Modera Fiction Studies, volumen 19, número 3, West Lafayette, Indiana, otoño de 1973, explica que éste sería uno de los primeros textos de Borges en el que reflexiona sobre su propio yo. Dice Yates que "Boletín de una noche toda" fue probablemente escrito en la casa de Quintana 222, donde la familia Borges vivió al volver por segunda vez de Europa, desde mediados de 1924 hasta 1930. Agrega Yates que "Boletín de una noche" figura en una lista manuscrita de títulos que Borges consideró para publicar en El tamaño de mi esperanza, 1926, motivo por el cual debe de haberlo escrito con anterioridad a la publicación de este libro


Luego incluido en Textos recobrados 1919/1929
© 1997, 2007 María Kodama
© 2011 Buenos Aires, Editorial Sudamericana



Imagen: Otro Borges de Miguel Ruibal [FB] [TW] Blog
Abril 2018 para Borges todo el año


4/5/18

Jorge Luis Borges:Compadrito







El compadrito fue el plebeyo de las ciudades y del indefinido arrabal, como el gaucho lo fue de la llanura o de las cuchillas. Venerados arquetipos del uno son Martín Fierro y Juan Moreira y Segundo Ramírez Sombra; del otro no hay todavía un símbolo inevitable, aunque centenares de tangos y de sainetes lo prefiguran. Por lo demás, la primacía literaria del gaucho es quizá nominal: en el cuchillero Martín Fierro (como en Hormiga Negra y en otros paladines congéneres), la gente cree admirar al gaucho, pero esencialmente admira al compadrito, en el sentido peyorativo de la palabra. Lo prueba el hecho de que el episodio más familiar de nuestra epopeya (sigo la clarificación de Lugones) es la pelea con el negro del almacén.

  «Prólogo a la primera edición», El compadrito, 1945


  La creación de arquetipos que exaltan y simplifican la suma de las cosas concretas es un hábito, acaso inevitable, de nuestra mente. Buenos Aires, apoyada con fervor por Montevideo, sigue proponiéndonos dos: el gaucho y el compadre. Como los congéneres boor y clown en inglés y rustre en francés, la palabra gaucho tuvo un sentido peyorativo; ahora, por obra de hacendados poetas —José Hernández Pueyrredón, Rafael Obligado y Ricardo Güiraldes— y de cierta superstición demagógica, un sentido reverencial. El compadrito puede tener análogo destino. Curiosamente, ya hay quienes lo extrañamos; ya, como el gaucho, es un tema de la nostalgia. De paso recordemos que el compadrito se vio a sí mismo como gaucho; el circo de los Podestá y las entregas azarosas de Eduardo Gutiérrez fueron sus libros de caballería. Bien es verdad que un cuarteador, un carrero o un matarife, no diferían demasiado de un peón. Compartían, por lo demás, el hábito de los animales y del cuchillo. El campo entraba en la ciudad; mi madre alcanzó a ver en el Once, las carretas que venían del Oeste.

  «Nota de la segunda edición», El compadrito, 1968







En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges (1988)
Portada de la primera edición de El compadrito 
Antología de Jorge Luis Borges con la col. de  Silvina Bullrich
Buenos Aires, Emecé, 1945
Al pie: Portada del libro Borges A/Z  
Colección La Biblioteca de Babel

3/5/18

Fernando Sorrentino: El vuelo del águila






En El Trujamán titulado «El ilimitado don Francisco Soto y Calvo» escribí:

Sin que ahora logre determinar dónde ni cuándo, recuerdo que en cierta entrevista Jorge Luis Borges se refirió, de una manera por donde parecía correr una sonrisa irónica, a don Francisco Soto y Calvo.

«Debo a la conjunción» de mi memoria y el azar el hallazgo del texto en cuestión. Se encuentra en el libro de Roberto Alifano El humor de Borges (Buenos Aires, Proa, 2000). Habla —no escribe— Borges y, por supuesto, vale la pena escucharlo con atención:

[Francisco Soto y Calvo] era un hombre solemne, sin ningún sentido del humor. Él era estanciero, poeta, traductor y también editor. Soto y Calvo consagró toda su vida a las traducciones y a la poesía: un amor no correspondido, por supuesto, ya que era un poeta mínimo. Ahora, siguiendo aquello que dijo Bernard Shaw, yo no puedo referirme a este amigo mío en otro tono que no sea el del humor. Involuntariamente, su obra de traductor está llena de disparates y no se la puede ver en otra forma que no sea la del humor. Era el único traductor que traducía del idioma inglés sin conocer inglés, conociendo solamente el idioma castellano. Un caso curioso, ¿no? Soto y Calvo partía de la teoría de que había que traducir palabras, en el mismo orden y con el mismo número de sílabas. Yo le señalé, alguna vez, que esto era imposible. Por lo pronto, las mismas palabras, en el mismo orden, ya presupone una sintaxis similar en los idiomas. En inglés, en alemán o en francés se debe anteponer el sujeto al verbo: en cambio, en castellano no. Por ejemplo, si yo digo «llegó un jinete», «un jinete llegó», es lo mismo; pero en otro idioma no se puede empezar por el verbo. Esto, obviamente, no le importaba para nada a Soto y Calvo. Él sostenía, convencido, que con su sistema se podía traducir correctamente.
[…]
Una vez me leyó una traducción que había hecho de Al Aaraaf, ese poema largo de Edgar Allan Poe, donde por primera vez se fusionan la técnica y la poesía. Recuerdo que un verso decía así: The eternal voice of God is passing by, / And the red winds are withering in the sky! («¡Pasa la voz eterna de Dios, / y los rojos vientos se marchitan en el cielo!») Soto y Calvo me leyó su traducción, realizada con las mismas palabras, con el mismo orden y con el mismo número de sílabas, y decía: «Ya no brama en la esfera el hórrido aquilón». Yo, entonces, observé tímidamente que me parecía que no eran las mismas palabras, en el mismo orden y con el mismo número de sílabas. Y Soto y Calvo me contestó: «Yo esperaba algo mejor de usted, Borges; el águila vuela muy alto». Esto lo dijo con cierta indulgencia hacia mí; el águila era él, por supuesto.
Desde luego, si yo fuera juez, consideraría con reservas este testimonio de Borges: son más que evidentes la alegría de crear ficción y de improvisar oralmente una anécdota graciosa, y también el placer humorístico de la hipérbole y del embuste.


Y está muy bien que sea así, pues siempre he sido de la idea de que la literatura debe ser más bella que la verdad.





Imagen s-a: Fernando Sorrentino en septiembre 2013 Vía 
Abajo: Francisco Soto y Calvo (s-a) vía



2/5/18

Jorge Luis Borges: Versos de Carriego





Dos ciudades, Paraná y Buenos Aires, dos fechas, 1883 y 1912, definen en el tiempo y en el espacio el breve ciclo de la vida de Evaristo Carriego. Hombre de clara y vieja cepa entrerriana, sentía la nostalgia del destino valeroso de sus mayores y buscaba una suerte de compensación en las románticas ficciones de Dumas, en la leyenda napoleónica y en el culto idolátrico de los gauchos. Así, un poco pour épater le bourgeois, un poco por influjo de los Podestá o de Eduardo Gutiérrez, dedicó una poesía a la memoria de san Juan Moreira.* Las circunstancias de su vida pueden cifrarse en pocas palabras. Ejerció el periodismo, frecuentó los cenáculos literarios y se embriagó, como toda su generación, de Almafuerte, de Darío y de Jaimes Freyre. De chico, le he oído recitar de memoria las ciento y tantas estrofas de El misionero y a través del tiempo sigo escuchando la pasión de su voz. Poco sé de sus opiniones políticas; es verosímil conjeturar que era vaga y sonoramente anarquista. Como todos los sudamericanos cultos de principios de siglo, era, o se sentía, una especie de francés honorario y, hacia 1911, abordó el conocimiento directo de la lengua de Hugo, otro de sus ídolos. Leía y releía el Quijote y es acaso típico de su gusto que Lugones le agradara menos que Herrera. Los nombres que he enumerado hasta ahora bien pueden agotar el catálogo de sus módicas, pero no negligentes lecturas. Trabajaba continuamente, urgido por la fiebre suave de la tuberculosis. Fuera de alguna peregrinación a casa de Almafuerte, en La Plata, no hizo otros viajes que los que pueden deparar a la mente la historia y la historia novelada. Murió a los veintinueve años, a la misma edad y del mismo mal que John Keats. Los dos tuvieron hambre de gloria; la pasión era lícita en aquel tiempo, ajeno todavía a las malas artes de la publicidad.


Esteban Echeverría fue el primer espectador de la pampa; Evaristo Carriego, parejamente, fue el primer espectador de los arrabales. No hubiera ejecutado su labor sin la vasta libertad de vocabulario, de temas y de metros que el modernismo deparó a las literaturas de lengua hispánica, de este y del otro lado del mar, pero el modernismo que lo estimuló, también le fue adverso. Una buena mitad de Misas herejes consta de parodias involuntarias de Darío y de Herrera. Más allá de esas páginas y de las lacras eventuales de las que quedan, el descubrimiento, llamémosle así, de nuestro suburbio define el mérito esencial de Carriego.

Para la ejecución cabal de la obra hubiera convenido que el autor fuera un hombre de letras, sensible a los matices o a las connotaciones de las palabras, o un hombre inculto, no muy distante de los personajes humildes que le imponía el tema. Desdichadamente, Carriego no era ninguno de los dos. Las reminiscencias de Dumas y el vocabulario lujoso del modernismo se interpusieron entre él y Palermo, y fue así inevitable que comparara su cuchillero con D’Artagnan. En dos o tres composiciones de El alma del suburbio rozó la épica y en otras la protesta social; en La canción del barrio pasó de la “cósmica chusma sagrada” a la modesta clase media. A esta segunda y última etapa corresponden sus más famosas, ya que no sus mejores, piezas poéticas. Por este camino llegó a lo que no es injusto llamar la poesía de la desdicha cotidiana, de las enfermedades, del desengaño, del tiempo que nos gasta y nos desanima, de la familia, del cariño, de la costumbre y casi de los chismes. Es significativo que el tango evolucionara de un modo paralelo.

En Carriego se ha cumplido el destino de todo precursor. La obra que para los contemporáneos fue anómala, corre ahora el albur de parecer trivial. A medio siglo de su muerte, Carriego pertenece menos a la poesía que a la historia de la poesía.

Sabemos que fue suya la muerte joven que parece ser parte del destino del poeta romántico. Más de una vez me he preguntado qué hubiera escrito de no habernos dejado. Una composición excepcional —El casamiento— puede prefigurar una desviación hacia el humorismo. Esto, evidentemente, es conjetural; lo indiscutible es que Carriego modificó, y sigue modificando, la evolución de nuestras letras y que algunas páginas suyas integrarán aquella antología a la que tiende toda literatura. A los personajes de su obra —el guapo, la costurerita que dio aquel mal paso, el ciego, el organillero— fuerza es agregar otro, el muchacho tísico y enlutado que lentamente caminaba entre casas bajas, ensayando algún verso o deteniéndose para mirar lo que muy pronto dejaría.

Posdata de 1974. La poesía trabaja con el pasado. El Palermo de las Misas herejes fue el de la niñez de Carriego y yo no lo alcancé. El verso exige la nostalgia, la pátina, siquiera ligera, del tiempo. Esto lo vemos asimismo en el curso de la literatura gauchesca. Ricardo Güiraldes cantó lo que fue, lo que pudo haber sido, su Don Segundo, no lo que era cuando él redactó su elegía.

*Martín Fierro no había sido canonizado aún por Lugones.





Versos de Carriego. Selección y prólogo de Jorge Luis Borges

Buenos Aires, Eudeba, Serie del Siglo y Medio, 1963.
En Prólogos con un prólogo de prólogos (1975) 
Y en Miscelánea (1995, 2011)
Borges en la casa de Evaristo Carriego, Foto ©Pedro Raota

1/5/18

Jorge Luis Borges: H. G. Wells contra Mahoma






De la vida literaria


Es conocida la veneración que el Islam profesa por su libro sagrado. Los teólogos musulmanes afirman que el Corán es eterno, que los ciento catorce capítulos que lo forman son anteriores a la tierra y al cielo y sobrevivirán a su fin, y que el texto original —La Madre del Libro— está en el paraíso, donde lo veneran los ángeles. Otros doctores, no contentos con esas prerrogativas, han divulgado que el Corán puede tomar la forma de un hombre o la de un animal y contribuir a la ejecución de los impenetrables propósitos del Señor. Este mismo (en el capítulo diecisiete de su obra) dice que aunque los hombres colaborarán con los demonios para confeccionar otro Corán, no lo conseguirían... H. G. Wells (en el capítulo cuarenta y tres de su Breve historia del mundo) se felicita de esa incapacidad humano-demoníaca, y deplora que doscientos millones de musulmanes acaten ese libro confuso. 

Indignados, los mahometanos que residen en Londres han procedido en su mezquita a una ceremonia expiatoria. Ante una silenciosa congregación, el doctor Abdul Yakub Khan, barbudo y ortodoxo, ha arrojado a las llamas un ejemplar de la Breve historia del mundo.





Publicación original en El Hogar, Buenos Aires, 6 de enero de 1939
También en: Textos Cautivos (1986) y en Borges en El Hogar (2000)


Portrait of  Herbert George Wells by George Charles Beresford
National Portrait Gallery: NPG x13208


Abajo: Portadilla de Breve historia del mundo Vía


30/4/18

Jorge Luis Borges: Mallea. Una imagen de la Argentina







[Testimonio] *



En la República Argentina y tal vez en América, Eduardo Mallea ofrece el caso más cabal y más alto de un destino consagrado a las letras. Ha vivido y vive con plenitud, pero no suele condescender a la confidencia, y lo íntimo que toda obra requiere para ser algo más que un mero ejercicio verbal, se nos muestra exaltado y como trasmutado por él con delicada alquimia. De los diversos géneros que distingue la retórica de nuestro tiempo, Mallea abunda en el más arduo: la morosa novela psicológica, cuya materia son las almas. Éstas siempre son lo primero. Sobre los hechos que son un instrumento para que las conozcamos mejor y del sentimiento patético, y no pocas veces avasallador, del paisaje, que no es jamás una decoración, sino un medio, resaltan firmemente los caracteres. En Todo verdor perecerá priva la tragedia engendrada por la discordia de las almas dispares; en Chaves, la fábula narrada por el autor es un largo adjetivo o atributo del solitario héroe.

El influjo ejercido por Mallea sobre su generación y las ulteriores no se reduce, como en el caso de otros, a una serie de hábitos sintácticos o a la repetición u obsesión de determinadas palabras. Es más bien un mandato de sentir, de entender y de expresar con claridad lo observado o soñado. Prescindir de su obra es renunciar a una de las felicidades más altas que nuestras letras pueden darnos.

Para él, nuestra gratitud. 

*Con motivo del cincuenta aniversario de la publicación de Cuentos para una inglesa desesperada, el diario La Nación organizó un homenaje a Eduardo Mallea, quien había sido durante veinticinco años director del Suplemento Literario del diario.
Dieron también su testimonio: Francisco Ayala, Camilo José Cela, Jean Cassou, Graham Greene y Victoria Ocampo.


En La Nación, Buenos Aires, 15 de agosto de 1976
Luego, en Textos Recobrados 1956-1986 (2007)
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi

© Emecé Editores, Buenos Aires (2003)
Foto: Jurado Premio Literario La Nación, 1962, Archivo La Nación
Desde la izquierda: Carmen Gándara, Jorge Luis Borges, Escribano Maschwitz, Adolfo Bioy Casares, Eduardo Mallea y Leónidas de Vedia


29/4/18

Adolfo Bioy Casares: "Borges" [Miércoles 29 de abril de 1959]






Miércoles, 29 de abril

Come en casa Borges. Dice que González Lanuza admira:
No he de callar, por más que con el dedo...*

Como Borges opina que lo del dedo es un poco ridículo, González Lanuza arguye: «Pero ¿cómo no admirar el verso que precede y prepara los admirables:
ya tocando la boca, o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo?»

Borges: «¿Por qué está bien esto? ¿Amenaces miedo significa amenaces con dar miedo o amenaces terriblemente? El estilo epigramático no consiste en podar a lo loco las frases; las frases deben ser breves e indudables. "Ars longa, vita brevis" no puede decirse más brevemente ni mejor. Pero amenaces miedo...»

Asistió a la reunión del jurado del Fondo de las Artes, que integra. Carmelo Bonet redacta el fallo: «Este jurado aconseja de que...» Borges deja leer y al rato, como distraído, repite: «Este jurado aconseja que...» 

Carmen Gándara: «Sí, porque me pareció oír un de que muy feo». Sigue escribiendo Bonet el fallo; lee: «Con el propósito que se determinen los méritos...» 

Carmen Gándara: «Ahí puede poner de que» 

Comentario de Borges (a mí): «El pobre Bonet ya nunca sabrá cuándo escribir que y cuándo de que. Te das cuenta qué penoso para él, un profesor. O tal vez nos vea como a locos del que y el de que».
Carmen Gándara está obsesionada con el Norte argentino. 

Borges: «Ahora quiere que "se dé una beca a algún novelista, para que lleve sus personajes al Norte"»

Bioy: «Cuidado. Todavía va a salir cobrando los boletos de los personajes».




[*] Quevedo, F. de, «Epístola satírica y censoria contra las costumbres presentes de los castellanos» 
(El parnaso español, p. 1648)


En Bioy Casares, Adolfo: Borges
Edición al cuidado de Daniel Martino
Barcelona, Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006

Imagen: Bioy Casares y Borges saliendo de la Galería del Este
en 1977 - Tapa Revista Ñ n° 611 (s-a)

28/4/18

Jorge Luis Borges: Conversación con Roberto Alifano sobre las elecciones de 1983









El político Azorín definía a la política como un juego sucio entre matones; entre nosotros, el político Solano Lima, la redefinió como un juego sucio entre caballeros. Borges, escéptico en todo, lo era aún más en política. Con motivo del retorno a la democracia y de las inminentes elecciones de 1983, mantuvimos esta conversación mientras almorzábamos en un restaurante de la calle Paraguay.

Alifano: —¿Por quién va a votar en las próximas elecciones, Borges? —le pregunto indiscretamente.

Borges: —Más bien yo diría contra quién voy a votar. Votaré contra los militares, contra los peronistas, pero no sé por quién. Es un pretexto, quizá, o un error, pero sinceramente no sé por quién voy a votar. Si pudiera, votaría en contra de todos los políticos.

—Ya veo que no tiene buena opinión de los políticos.


—No. En primer lugar no son hombres éticos; son hombres que han contraído el hábito de mentir, el hábito de sobornar, el hábito de sonreír todo el tiempo, el hábito de quedar bien con todo el mundo, el hábito de la popularidad. Yo no sé hasta qué punto la profesión de político es honrada. Recuerdo que Lincoln, después de haber ganado las elecciones en los Estados Unidos —lo cuenta Harrison en uno de sus libros—, no cumplió con lo que había prometido durante la campaña: liberar a los negros inmediatamente. Entonces una persona le reclamó, y él, sonriendo, por supuesto, le contestó: «Bueno, eso yo lo dije durante mi campaña, pero esas cosas los políticos las prometemos y luego es imposible cumplirlas».


—¿De manera que él prometió esas cosas sin estar seguro de poder cumplirlas?


—Sí. ¿No le parece una imnoralidad eso? Bueno, por esa razón yo no puedo admirar a ningún político. La profesión de los políticos es mentir. El caso de un rey es distinto; un rey es alguien que recibe ese destino, y luego debe cumplirlo. Un político no; un político debe fingir todo el tiempo, debe sonreír, simular cortesía, debe someterse melancólicamente a los cócteles, a los actos oficiales, a las fechas patrias.


—¿No cree que puede haber políticos sinceros?


—Yo no los conozco. No puedo admirar a personajes que se la pasan retratándose todo el tiempo y simulando cortesía. Los políticos son la forma más detestable de la hipocresía.


—Pero usted en algún momento se afilió a un partido político, el Partido Conservador.


—Sí, es cierto. Fue como una manera de asumir mi escepticismo, y, por qué no, mi aburrimiento. La política no me importa. De joven yo fui, como todo el mundo, socialista, fui también nacionalista. Al peronismo lo detesté. Ahora soy un hombre de centro, un hombre que votó por el radicalismo, ya que era la única posibilidad contra los peronistas.


—Sin embargo, usted ha manifestado muchas veces que es un anarquista spenceriano.


—Es cierto. Bueno, un anarquista que quiere un máximo de individuo y un mínimo de Estado, pero ya ve, el Estado se inmiscuye en todo. Yo me considero un anarquista individualista, un discípulo inofensivo de Herbert Spencer, un anciano melancólico y resignado. 


En: Alifano, Roberto; El humor de Borges (1995)
Jorge Luis Borges con Raúl Alfonsín Foto ©Juan Carlos Piovano

27/4/18

Jorge Luis Borges: Una sentencia del Quijote (1933)







Busco y releo en el capítulo veintidós del primer Quijote: Señores guardas, estos pobres no han cometido nada contra vosotros; allá se la haya cada uno con su pasado [en el Quijote dice "pecado"]. Dios hay en el cielo que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres no yéndoles nada en ello. Siempre he sabido que esas tan decentes palabras eran un secreto que los hombres de nuestra América sólo podemos compartir con los hombres de España. Un secreto incomunicable, como el saber instintivamente que el español no es un hombre poético —desengaño que la generosa mitología norteamericana y europea rechaza con escándalo. Un intransferible secreto, como el modesto idioma español.

Busco y releo en Los dos caminos de reyes (página 212): Y no se ha dicho, a todo esto, lo único que había que decir: que América es muy distinta de España. Conozco ese parecido parcial, esas molestas divergencias en la igualdad que tanta mala sangre producen, ese prejuicio criollo de que la palabra bonito es de mujerengos, esa sensación española de que la palabra lindo es afeminada. Conozco también ciertas eternidades hispánicas, cierto oscuro esplendor, ciertas solemnes pompas fúnebres del estilo, cuya pasión es inconjeturable en América: verbigracia, determinadas amarguras de Quevedo y aun de Jorge Manrique. Lo que no he sentido en otro lugar es el tan íntimo y parejo contacto con lo español, como el de ese párrafo del Quijote. Justificar esa afirmación será la finalidad de este artículo. Me explicaré.

Las demás naciones occidentales padecen una extraña pasión: la despiadada y fingida pasión de la legalidad. El individuo, en ellas, se identifica sin esfuerzo con el estado. Entiéndase, con el estado en sus mínimos accidentes: con las ordenanzas municipales, con el personal de las oficinas públicas y comisarías, con las multas por exceso de velocidad, con las disposiciones sobre numeración de las casas del municipio, con las Comisiones de Higiene, con las penas sobre remoción de afirmados, con la ley adicional de elecciones, con la Contribución Directa y Patentes, con la reglamentación de los tramways en circulación, con la Oficina de Estadística, con el decreto que hace obligatorio el uso de bozal en los perros, con la nomenclatura de ataúdes, con la Mesa de Multas. Con la policía, principalmente. En algún número atrasado del American Mercury, Goldberg, el hispanista, cuenta su infancia callejera en uno de los barrios bravos de Boston, y la primera historia que frangolló: el relato de un chico, que denuncia a un ladrón a la policía y lo hace detener. ¿Qué muchacho de la Paternal o Barracas iba a soñar siquiera en glorificar a un delator gratuito, a un joven voluntario de la denuncia? El sudamericano (y el español) saben (o mejor dicho, sienten) que no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, según lo formuló don Quijote. El norteamericano, en cambio, es básicamente estadual. No cumple su destino, como la vasta mayoría de todos nosotros, al margen o a pesar del gobierno. Vive a favor de la sociedad, o en su contra. Cuando se desengaña, cuando pierde la fe de sus mayores en el District Attorney, en el subsecretario de Obras Públicas, en el pastor metodista o en el vigilante, su rebelión retumba por el planeta, coreada por ametralladoras precisas. Ninguna historia es tan espléndidamente ilegal como la de sus fornidos Estados. Dinastías magníficas de malevos han pisado ese continente, donde los peleadores individuales de Arizona —cuyo prototipo es Billy the Kid, que debía a la justicia veintiuna muertes, sin contar mejicanos, cuando encontró a los veintiún años la suya— hasta las antiguas bandas de Nueva York, diestras en el manejo de la trompada, del cuchillo, del palo, de la botella arrojadiza, de la pistola y aun del pulgar saltador de ojos, y el bandidaje actual de Frank Nitti, sucesor de Al Capone, y el de los hermanos O'Donnell, que quieren disputarle la sucesión... Eso, cuando el norteamericano pierde su fe. Cuando la mantiene pura y sin tacha, su héroe natural es el polizonte —mejor si aficionado—, el hombre honrado que es verdugo de los otros hombres no yéndoles nada de [en] ello. Lo conmueven el espionaje y la delación. En su cinematógrafo (que es un documento genuino, en cuanto se refiere a los sentimientos del público) los personajes preferidos son la mujer que tienta con su amor a un criminal para sonsacarle un secreto, y el periodista que confunde su empleo con el de un vigilante. La superioridad numérica de la policía lo entusiasma, también sus motocicletas y escudos. Es hombre tironeado por dos pasiones, ya formuladas y sufridas una vez por Apollinaire: la aventura y el orden. Las une en la novela policial: síntesis superior hegeliana. En esa abaratada novela, que fue una discusión intelectual bajo la pluma de su inventor, Edgar Allan Poe, y que ahora es un espléndido ajedrez bajo la de Chesterton, y una vergüenza bajo la de cualquiera de sus colegas —salvo unas veces, unas pocas veces, Van Dine.

He dicho que la legalidad no nos apasiona; tampoco lo ilegal. Nuestro héroe, Martín Fierro, es un gaucho, un soldado, un desertor, un asesino, un buen amigo de su amigo, un matrero, y esas diversas figuraciones nos distraen y sabemos que es el mismo y un hombre. Sabemos que la sangre vertida no es demasiado memorable, y que a los hombres les ocurre matar como les ocurre morir. También sabemos que infrigir la ley no es una virtud y que el más frecuente asesino y la más concurrida prostituta pueden ser dos imbéciles. Quién no debía una muerte en mi tiempo, le oí quejarse con dulzura una tarde a un señor de edad. Sabemos que lo definitivo es lo que una persona es, no lo que hace. Sabemos lo que don Quijote sabía: que allá se la haya cada uno con su pecado, con su humano, seguro, natural y humilde pecado.

No propongo una ética trabajada ni quiero invalidar la tradicional. Digo la verdad de mis sentimientos, de nuestros sentimientos, del sentimiento que he creído escuchar entre las agitaciones y maniobras novelísticas de Cervantes. De este pasaje, ya sé que Samuel Taylor Coleridge observó (en una conferencia de febrero de 1818) que es tal vez el único de la obra, en que el autor prescinde de la máscara de su héroe y habla directamente. Yo estoy seguro de reconocer en la amonestación la voz de Cervantes.

Una observación última. Si la vida póstuma de Cervantes nos interesa, debemos rescatarla del purgatorio extraño en que sufre. Su novela, su única novela, el Quijote —lenta presentación total de una gran persona, a través de muchísimas aventuras, para que la conozcamos mejor— ha sido denigrada a libro de texto, a ocasión de banquetes y de brindis, a inspiración de cuadros vivos, de suplementos domingueros en rotograbado, de obscenas ediciones de lujo, de libros que más parecen muebles que libros, de alegorías evidentes, de versos de todos tamaños, de estatuas. Es la común tarifa de la gloria, se me dirá. Pero hay algo peor. La Gramática —que es el presente sucedáneo español de la Inquisición— se ha identificado con el Quijote, nunca sabré porqué. El Purismo, no menos inexplicable y violento, lo ha hecho suyo también —pese a las aficiones itálicas de Cervantes.

Contra la burda calidad de esa fama, un solo medio de defensa hay posible. Leer el Quijote.



Boletín de la Biblioteca Popular, Azul, Prov. de Buenos Aires, N° 4, octubre de 1933*
* La Sección Hemeroteca de la Biblioteca Popular de Azul funciona en la casa del señor Bartolomé J. Ronco (1881-1952), distinguido ciudadano y coleccionista que, entre otras actividades, editó la revista Azul en la que Borges colaboró. [+]

Antologado en Textos recobrados 1931-1955
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi
© María Kodama 2001
© Emecé Editores, Buenos Aires, 2001

Imagen: Borges en el programa radial Ana y el espejo de la Sra. Ana María Praiz, 
a través de la emisora FM del Pueblo de la ciudad de Azul (Foto: Maumus)


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